Desde muy joven, supe que mi voz tenía fuerza. No porque hablara fuerte, sino porque encontraba en las palabras una manera de conectar, emocionar y acompañar.
El periodismo llegó a mí como una vocación natural. Me fascinaba escuchar historias, investigar, darles forma y compartirlas. Era mi manera de entender el mundo y también de participar en él.
Trabajé con entusiasmo y compromiso como periodista, y más tarde, como productora y conductora en medios tan importantes como XEW y Radio Fórmula. Fueron años intensos, llenos de retos y aprendizajes. Estar frente al micrófono no solo era un trabajo, era parte de mi identidad.
En aquellos estudios de radio aprendí a escuchar con atención, a improvisar cuando era necesario, a sostener silencios, a hacer preguntas con el alma. Aprendí también a manejar los nervios, a cuidar mi lenguaje, a pensar rápido… pero, sobre todo, a respetar las historias de los demás. Porque cada persona que pasaba por el micrófono traía consigo una vida, una lucha, un mensaje.
Y aunque no lo sabía entonces, todo eso que aprendí como comunicadora sería clave para lo que vendría después: contar mi propia historia, con verdad, con dolor, pero también con esperanza.
Esa etapa fue un cimiento sólido. Me dio herramientas, voz y confianza. Me regaló una versión de mí que siempre recordaré con cariño: la mujer que hablaba fuerte y claro… sin saber que más adelante la vida la invitaría a hablar desde otro lugar: el corazón roto, la resiliencia, la fe, la maternidad, el emprendimiento, y el renacer.